martes, 25 de junio de 2013

De viaje

Creo que la cosa funciona más o menos así: Dios para entender al hombre tuvo un hijo; y el hombre para experimentar a Dios se convierte en papá. O sea, divinidad y humanidad hacen las paces gracias a que ingresan ambas a ese trámite de cara o cruz que es la paternidad.

Hace dos años, en el momento más oscuro de mi vida, mi papá me hizo una sugerencia y una petición. La sugerencia era que me acercara a Dios y la petición fue que me encargara de la espiritualidad de mi hijo.

Qué par de tareas: ¿cómo te acercas a Dios sin croquis y cómo cuidas el espíritu de un niño?

Poco a poco, he intentado cubrir las dos encomiendas. Lo único garantizado en el intento, antes y ahora, es mi reconocida capacidad para equivocarme. Pero me celebro algo que puedo decir sin vergüenza: hoy siento sincera conexión con el Patrón, y también con el área no carnal-sensorial de mi hijo. Uno está en el extremo del otro y yo me hago una cuna entre ambos.

No hay otro mar que nos conozca a Mateo y a mí juntos que el del caribe mexicano. He reservado allá cuatro noches para irme con él de vacaciones. Nomás vamos papá e hijo. No saben las ganas que tengo de arderme bajo el sol junto a mi chavito, de tenernos todo el día. La regla es divertirnos sin itinerario, comer a mansalva, llenarnos de playa y de toboganes. Los baños en regadera y la lavada de dientes serán tareas opcionales

Allá pasaré mi última noche de 39 y la primera de mis 40. Otro día platicamos lo que se siente cumplir 40 años. Por lo pronto resolveré pendientes, prepararé maleta, y secuestraré al único niño en el mundo al que le cambié no uno, sino chingos de pañales.

Rolita, por favor.


martes, 11 de junio de 2013

Carreritas


Si se le mira bien mirado, en esta foto podemos apreciar a Mateo, a Carlitos, y a Carlita, última adquisición ésta en la lista de mascotas de mi hijo. El niño colocó a las bestias en un caminito ya hecho anteriormente por alguna máquina cortadora de césped para que jugaran carreritas. La competencia estuvo tan interesante que todavía no habían recorrido ni un metro, cuando Mateo y yo habíamos ya descansado la vista en otro lado del parque, olvidándonos por completo de los dos pequeños caparazones caminantes. Carlita ha resultado ser un desmadre. Se sale de su caja y se le monta a Carlitos, no en plan de apareamiento, sino en plan de joder. El otro día amaneció en la regadera con su picuda nariz pegada en una esquina como si la hubiera castigado la Bruja de Blair. Los últimos dos fines de semana, Mateo me ha hecho ir y venir para todos lados con los dos animales, que no tienen más gracia que la de ser ellos mismos. Sólo hay que alimentarlos y verlos. La paternidad sigue siendo un fastidio que me tiene muy contento.